sábado, 29 de junio de 2013

Sobre libros veraniegos.

Ya estoy saboreando el tiempo que me queda para poder empezar a leer mis lecturas pendientes del verano...

Me esperan.

 
 

miércoles, 26 de junio de 2013

Cosas que no puedo hacer con mi e-reader.

Foto real. Algún punto entre Madrid y la Sierra.
Su acompañante -moreno, media melena, barba cuidada- le señaló el asiento antes de abrir una bolsa de plástico de la que fue sacando varios libros de edición de bolsillo; se veían gastados, pero no manoseados: una edición ya antigua de la editorial Austral, gris, portada en blanco con el título en grandes letras negras: Kant, Nietzsche. Se los fue pasando uno a uno a ella, mientras comentaba la suerte que habían tenido por haber encontrado esos ejemplares, programando ya la relectura de uno de ellos. 

Ella cogió uno de los libros que el chico le tendía. Lo abrió apresuradamente por la primera página, pasó algunas otras. Y de forma natural, se lo acercó, lo olió, lo sopesó, volvió a pasar dos o tres hojas, volvió a acercarlo a su nariz, aspiró mientras sonreía y miraba a un punto que no distinguí, mientras se dejaba llevar por el traqueteo del tren, línea Madrid a la Sierra oeste. "¡Qué bien huele!", exclamó alegremente a su acompañante. 

 

lunes, 24 de junio de 2013

¡Atención! Cosa de hombres.


Brazo-en-la-ventanilla: loc. prepos. m. ?: 1. Dícese de la forma de conducir más viril. 2. t. Construcción empleada con frecuencia para designar el gesto de ánimo (cf. venga-vamos) que acompaña al uso manual de los intermitentes y dirigido al conductor inmediatamente posterior, a fin de que adelante rápidamente al propio. 3. coloq. Gesto de posesión de vehículo a motor (cf. más-chulo-que-un-ocho).

   

sábado, 22 de junio de 2013

Mi papá es mago, ¿sabes?

Le dio por ahí hace algo más de un año. Él siempre cuenta a los que le preguntan o quieren oirlo que fue culpa del Magia Borrás, ese de toda la vida, como el que tenía mi primo en el armario o el de mi antiguo amigo Toni, que sacábamos en ocasiones especiales, como las meriendas de los cumpleaños o cuando a los padres les hacía mucha gracia ver a los niños haciendo de eso, de niños en funciones familiares de mal recuerdo...

A Él ahora le gusta lo de la magia, y ha invadido el salón con barajas de cartas -¿para qué hacen falta treinta juegos de barajas de cartas, dorso azul, negro, rojo, de colores, qué sé yo?-, monedas plateadas y doradas, tres cubiletes, libros de trucos, perdón: juegos, pañuelos negros y rojos, un gorro oscuro -porque no usa chistera- la corbata roja brillantes y la chaqueta de las bodas. Una mesa se forró de tela roja para convertirse en su sitio de práctica y estudio, aunque todavía no salen estrellas ni hechizos de las puntas plateadas de su varita mágica. El arcón ya no tiene mis revistas de Historia, sino plumas, alfombrillas y duplicados de tréboles y diamantes acartonados.

- Negre, que me he apuntado a un curso de magia -dijo.

- ¿Hum? Vale -contesté yo, sin levantar la vista del teclado y de los ejercicios que estaba preparando.

- Pero que son todos los sábados del año -insistió él, mirándome.

- ¿Todos? -madre mía...

Esta semana han sido los festivales de fin de curso en mi colegio: los alumnos de Infantil, los de Primaria, los profesores nerviosos, los bailes, el abuelo que se levanta y gesticula con manos, brazos, codos, torso entero, con tal de que su nieto, cuatro años, lo mire mientras se contonea por el escenario. Hoy es el festival de fin de curso de la escuela de magia de Él; vamos Niña Pequeña y yo, como hacen las madres de los alumnos pequeños del colegio, para ver su primera gala, y ella se ha comprado para la ocasión unas sandalias blancas y rojas, a juego con su nueva diadema. 

- Negre, ahora que ya vas teniendo tiempo porque estás terminando el curso, ¿crees que podrás hacerme una página web con mis vídeos de magia y más cosas? 

- Claro, será entretenido -respondo, mientras guardo la carpeta con las notas finales de mis alumnos. 

Pues eso, que ya tengo deberes mágicos para MagicLeón.

 

jueves, 20 de junio de 2013

¿Existe la hache?

Mamá.

-¿Hum?

- Mamá, en el juego de las palabras encadenadas que te gusta, ¿valen palabras que empiecen con hache? -pregunta Niña Pequeña, mientras peina distraidamente una muñeca.

- Claro, Niña Pequeña, ¿por qué no van a valer? -pregunto yo, mientras recorto un trozo de papel verde tachonado de estrellas para envolver una caja que me ha pedido mi directora Belén.

- Es que como la hache no se dice, pues no está en el juego -afirma ella.

- Pero aunque no se diga, sí vale y hay que acordarse de ella -instruyo.

- Ya, mamá, pero como el juego es de decir palabras encadenadas y no de escribirlas, pues jugamos a que es invisible y así podemos decir más sin equivocarnos.

 

lunes, 17 de junio de 2013

Niña Pequeña es una gatita.

No me obliguéis a participar en los festivales colegiales (aunque sólo una vez lo haya hecho en esta vida consciente).

Pero Niña Pequeña participa en la ilusión y horas ¿perdidas? de su profesora dentro de unos días. Y esta será su máscara, hecha por mi amiga Nair, de Nartesania.


    

viernes, 14 de junio de 2013

Besos de abuela cerca del agua.

La niña tiene unos hermosos rizos negros, de esos brillantes y gomosos, retorcidos: un pelo ensortijado que cae en bonitas guedejas húmedas sobre sus hombros. La camiseta de tirantes, roja y blanca, ligeramente húmeda por detrás, donde nadie secó las puntas y estas gotearon poco a poco. No importa, porque la humedad y el calor en el vestuario de la piscina municipal es tan alto que casi refresca ver cómo se extiende la mancha por su pequeña espalda.

Tropieza, anda aupándose en sus regordetas piernas de niña de no más de tres años. Se cae entre las sonrisas de todas las madres: ¿quién no se acuerda del bebé que acunaba hace no mucho? No lleva pantalones, sólo un pañal blanco y verde, pues a un niño pequeño todo le es permitido. Para bien. Para mal.

- Ven, Celia, ven -llama la abuela-, ven, cariños, ven.

La niña se escapa en círculos del radio de acción de la yaya. "¡Cariños, cariños, ven!", llama ella. La pequeña corre o, más bien, serpentea torpemente: "No quiero, no". La abuela, al fin, da dos pasos firmes sobre sus sandalias veraniegas, chip, chap, la agarra del brazo con la firmeza que sólo tienen las matriarcas de la familia, mientras la arrastra hacia sí.

- Cariños, ven, ven -insiste, acercando la mejilla de la pequeña a sus labios pintados, mientras le estampa un sonoro beso, chuiiiiic, chuiiiic, mmffffi... La niña se resiste con fuerza al beso de abuela, pulgar sujetando la parte media del índice, presionando a la vez la mejilla mofletuda.

- Cariños, chuiiiic, chuuuuuiiic.


  

martes, 11 de junio de 2013

Carta a Maruja (27)

Hoy he escrito a mi vecina Maruja, porque ya está bien lo que le ha pasado con el tutor de su hijo pequeño, hombre. Puedes leer la carta pinchando aquí.

 

domingo, 9 de junio de 2013

Declaro inaugurado el verano...


Dulces. Líquidas. Casi crujientes. Sangrantes de pulpa. Explosivas en gotas rojas chocando en mi paladar.

Mis primeras cerezas del verano...

  

miércoles, 5 de junio de 2013

Joaquín y 37.

Cuánto tiempo sin verte por aquí, Negre -me dice Joaquín, con su aire socarrón.

- Ya sabes: no es por cortesía, que tú te aprovechas de mi debilidad -le contesto, haciendo como que estoy tranquila. Su enfermera coloca pulcramente en una tela azul los variopintos instrumentos que dentro de unos minutos estarán revoloteando por las comisuras de mi boca: hay que retocar de nuevo un empaste.No sé si pensar que Joaquín sabe que he vuelto y estoy de nuevo en la Red, y por eso también lo dice, mientras me informa que su hijo, antiguo alumno mío, ya está en la Universidad. 

- Veamos..., a ver qué recuerde... Claro, 37.

37. Yo sólo sé que medio empaste de aquí abajo, a la izquierda, rozando la muela del juicio esta, que mira que yo no soy fruto evolutivo y tengo por aquí rondando mis cuatro últimas muelas prehistóricas, pues ese, ese, se perdió en algún momento entre un bocado y otro y hay que retocarlo o rehacerlo o vete tú a saber qué. Joaquín lo llama "37", porque tiene esa familiaridad con mis dientes, colmillos, premolares y demás, que los conoce ya de hace tantos años -sí, cuando no le conocía a Él, y sí a otro, mira- que bien me dice a veces que soy casi una de sus obras maestras. 

- Bueno, bueno, bueno... -sé que está sonriendo, aunque se tape con un protector bucal azul. Es un dentista que come chicles sin azúcar mientras trabaja y tararea las canciones de la radio que hace de hilo musical-. Al matadero, Negre, como tú dices...

Para la ocasión he traído mi funda de gafas; prefiero vivir la realidad de mi próxima media hora -diez minutos de anestesia, veinte de trajín- diluida entre sombras difusas y contornos desenfocados. Joaquín se ríe. 

- Agárrate a la funda de las gafas, Negre, que allá vamos -sonríe, ajustando los cabezales de su instrumental, y vuelan diminutos fragmentos de material: zis, zas, risssss, ññññic, aspirar, descansar, mirar, comenzar de nuevo, estirar, colocar algodón, mirar por el espejuelo, rissssss, rematar. Joaquín se afana con precisión en mi borroso horizonte: la enfermera estira, recoge, acerca, ilumina la zona, él afina, corta, recompone, presiona.

- Muerde, Negre, a ver si ya está esto -me pide, y suspiro de satisfacción relajando mis nudillos blancos por la presión en la cremallera de la funda al escuchar su veredicto, las palabras casi flotando en el aire: No comas en un rato, ya sabes.

 

lunes, 3 de junio de 2013

He estado tanto tiempo fuera...

Hace poco Pepe Boza, de Medioambiente simbólico, me pedía un post sobre mi pasada ausencia en las redes sociales y la "incomunicación"... Un mes de aislamiento forzado y elegido a la vez, con motivo del fin de mis estudios; sólo al leer el comentario de Pepe me paré en pensar si había sido incomunicación...

He faltado un mes. Y por el peso de los correos electrónicos sin contestar, ha sido como una losa caída sobre todos los servidores de las que soy asidua.

- Negre, te lo mando esta misma tarde por correo...

- Bueno, como quieras, pero ya sabes que igual no lo leo hasta dentro de unas semanas.

- ¿Cómo?

Así, imposible: no te contesto de inmediato, no estoy, cierro la conexión de datos del teléfono, olvido la contraseña de Facebook, abandono  mi identidad digital. Y así durante un mes, cuatro semanas, una treintena de días, un puñado de horas. Un mes sin circular por la red y me vienen a la mente aquellas cartas de Elena, mi amiga de León, sí, de la ciudad de Él, pero mucho antes de conocerle, de cuando llegaba una carta suya cada semana y miraba con impaciencia a la siguiente su pronta respuesta a la mía. Y a cada cual, con un sobre más original: los hacíamos nosotras, recortábamos de revistas fotos publicitarias, seleccionábamos el envoltorio en función del contenido de la carta.

- Negre, tienes carta de tu amiga, esta de León -decía el cartero cuando coincidía con él a mediodía- Curiosos sobres los vuestros, siempre sé que son de vosotras.

Ahora miro el buzón y, claro, ya no hay carta de Elena porque me manda por mensajería instantánea una foto de su hijo pequeño, actualiza su perfil de Facebook y le respondo por un tuit: 140 caracteres que vuelan  sin ser reconocidos...

No te he echado de menos en la red. O sí: aún no me ha dado tiempo. Pero el peso de la ausencia ha sido leve, realmente: ¡cuántas horas dedicadas a actualizar(me), revisar, comprobar estados, mirar novedades, leer rápidamente apenas los titulares del periódico digital! Un mes de incomunicación en la que los minutos, sí, eran realmente oro, metal precioso reconvertido en apilar apuntes, subrayar en rojo, aprender la poesía semanal que le mandan en el colegio a Niña Pequeña.

- ¿No vas a usar el ordenador esta noche, Negre? -pregunta Él.

- No, no ¡que no me da tiempo si no!

Pues eso. Que ahora tengo tiempo. ¿Lo bebo? ¿Lo embebo? ¿Lo uso? ¿Lo gasto?