lunes, 24 de septiembre de 2012

Tengo la solución contra el fracaso escolar.

La primera fila de una clase tiene un extraño poder de seducción para los padres de mis alumnos. Y hasta para ellos mismos.

- ¡¡Ponme en primera fila, profe!! Es que aquí no atiendo -me decía hoy el alumno del fondo, a la derecha.

Como si los seis asientos de la primera fila concentraran todo el saber del sistema (des)educativo. Cuando alguien me pide -sí, me pide, porque forma parte del extraño poder de un tutor sobre su clase: colocarte en algún sitio del aula, en virtud de un mágico hechizo que le permite saber en qué sitio rendirás más y mejor- estar en primera fila, entiendo que está pidiendo su reconversión total: estar en primera fila es tanto como decir que se va a aprobar, reconocer los fallos propios, transformarse en esa persona que deseo ser, pero no puedo porque las fuerzas de la Naturaleza o alguna conjunción estelar me impiden enterarme de lo que se desgrana en la pizarra.

Y es que los asientos de primera fila son poderosos. Un padre solicita firmemente que su hijo sea trasladado a una de esas sillas mágicas, y que no se mueva de ahí en todo el curso, porque lo digo yo, se lo recuerdas, Negre, que ya está bien, oiga. Y es que está ahí la esencia de todo, el Misterio desvelado, la llave mágica que abrirá el paso a los aprobados: sentarse en primera fila. No ya trabajar diariamente, ser consciente de que este es el único momento que se tiene entre manos, llevar el asunto más o menos al día, preparar la mochila para mañana, tener normas y límites en casa, restringir el teléfono, internet, la consola,... 

No.

Hay que sentarse en primera fila. Todos los males solucionados. El hábito de trabajo asimilado con sólo reposar las nalgas en la tabla de madera. Los textos comprendidos simplemente con dejar las manos deslizarse sobre la mesa próxima a la pizarra. 

Si ya lo dijo mi compañera Maricarmen el curso pasado: para dar gusto a todos, los alumnos, mejor colocados en transversal. Una única primera fila de treinta alumnos. Y asunto solucionado. Fin del fracaso escolar en este país...

 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Llora la bandera de España

Se puso a llover, como venía anunciándose por el picor del sol de la mañana. Él corrió a la terraza a retirar la bandera de España que ondea allí desde hace unos días: se empeña en ser el que más tiempo esté celebrando los goles de la selección, aunque yo quiero pensar que lo hace como reivindicación, porque estos días no se lleva anunciar que se es español. Que no se moje la bandera, Negre, me dijo. Que no se moje o que no llore, pienso, que para el caso es lo mismo, porque lo que cae ahora no es agua, sino falta de trabajos y mucho mes de sobra.

 Entré dos veces en la cocina, aunque a Él no le  gusta que le anden por sus terrenos, que prefiere estar solo y concentrado en guisos y el sonido de las cucharas de madera en sus cazuelas. Había abierto la pequeña ventana junto a la encimera para dejar que entrara el olor. Huele a tierra mojada, Negre, ¡cómo me gusta!, así que hoy comíamos arroz con sabor a lluvia y hondura de tierra, que cuando hay aroma a mojado es como volver a nuestros ancestros, creo, y recordar que una vez tuvimos un tótem y una Gran Madre Tierra. No sé si es lo mismo, pero cuando los terrones de la dehesa se empapan, es que algo está cambiando y huele a negro, a hondo y a dulce.

Claro que la lluvia le mojó sus cristales, los que limpió, todos, esta semana, con afán para aprovechar el buen tiempo, pero bien sabía Él que después llovería y quedarían sólo sobre el terreno transparente las hileras de carreras de gotas. Se ha salpicado su obra y ahora vemos como en un cuadro puntillista. La lluvia me lleva, entonces, de la mano a los cuadros impresionistas que le gustaban a mi amiga Pilar, de la que hace muchos años que no sé nada, pero que en su momento fue importante.

Voy a dejar secar la bandera en la entrada de mi casa. No sé si tenderla cuando se aparten las nubes. Igual es una provocación. Y eso me gusta, claro.


 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Hoy estoy de estreno.

Tengo una mesa nueva en el despacho. Y no, no tenía problemas de compartir con mi amiga y compañera Maricarmen, que con ella me entiendo y hasta nos cedemos una a la otra clips, bolígrafos y tijeras, si se tercia (que esto es también material de profesores).

Tengo mesa nueva seguramente porque el despacho es amplio, vamos, que es una clase reutilizada, nueva y con corcho en la pared sin estrenar, que todavía no tiene alumnos dentro, pero que será ocupada por ellos el curso que viene. Y me gusta tener mesa nueva, porque me expando, dejo los papeles, ¡qué gusto: se quedan ahí, pendientes en la esquina, postit puestos para no olvidar, y allí siguen, esperándome, sin haberse resuelto, a la mañana siguiente! He dejado en el otro lado la cajita con los caramelos, para las visitas esas que dan sentido a esto de dar clase, alumnos que a lo largo del curso entran y salen por la puerta, llorando, riendo, hola, profe, venía a saludarte; y en el otro lado las bandejas de pendientes, amarillas, desordenadas por más que intento retenerlas en su caos.

Mi mesa nueva tiene tres cajones hondos en la derecha, que aún no están ocupados más que por unos bolígrafos y un par de cuadernos para recados. No sé si podré contenerme y no llenarlos de pinturas, reglas y folios de colores, puestos al tuntún porque no se ve lo que hay dentro... He mantenido la silla, negra, de amplio respaldo, reutilizada de algún otro despacho y de la primera o segunda mudanza. A Maricarmen no le gusta: no le es cómoda y ella prefiere las azules, más nuevas y de asiento bajo. Claro que esto tiene sus ventajas, porque así no discutimos, y el bote común de tijeras, reciclado de un antiguo regalo de bombones que me hizo Él hace años, se ha quedado entre medias de las dos mesas, en la tierra de nadie que es la frontera entre su mesa ocre de límites curvos y las esquinas del rectángulo marrón oscuro de mi nuevo espacio.

Volveré esta tarde. Allí se habrá quedado -¡qué gusto!- la hoja que debería haber fotocopiado por la mañana y que se quedó pendiente. Y mi archivador azul, claro.
 
 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Carta a Maruja (24) en Negrevernétika.

Mi vecina Maruja no está de acuerdo con que yo sea la tutora de su hija; pincha aquí para poder ver la carta que le he escrito, con dolor y sentimiento, porque esto, oye, esto  no se hace.

 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Tal vez mañana estrene mi caja de tizas.

Carreras hoy por los pasillos, más o menos moderadas, no sé bien si para conseguir el mejor sitio o, seguro, para comprobar que todo está igual que como se dejó en junio. Un alumno nuevo se despista y bracea entre codos buscando el cartel que señala su clase, dos amigas se despiden con media sonrisa al descubrir que no estarán juntas pupitre con pupitre y el grupo de las que ahora son las mayores del colegio saluda con curiosidad a los alumnos más pequeños. El alumno del fondo, a la derecha, me mira de reojo al ver que seré su profesora, sin decidir si es para bien o para mal; callo de refilón los saludos de sus compinches al entrar en clase...

- Perdona, profe, ¿mañana puedo traer ya los cuadernos a clase? -me pregunta una alumna nueva. La catalogo rápidamente; su mirada curiosa y la tensión que manifiesta su cuerpo desgarbado me indican que seguirá mis clases sin problema.

 Me gusta el principio de curso, cuando ellos no están desgastados y nosotros, los de este lado, aún creemos con esperanza. Luego, en la primavera, será el creer pese a todo y a pesar de todo. Hoy, sin embargo, paso lista, hablo por el pasillo, encuentro un borrador de pizarra nuevo -a estrenar, como el horario, los cuadernos, este archivador que me he comprado- y coloco encima de mi mesa una cajita azul de tizas. Mañana será real; hoy, pensar que se puede.
 
 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Forrar libros es tarea ardua.

Atenta: huele a nuevo.

Mira: abrir este libro, no forzar su canto, cuidar las grapas. Sus hojas brillan esperando el uso.

Presta atención: ¿no notas el olor fuerte, dulce? ¿O es picante, el de estos cuadernos que acabamos de poner aquí?



 Mañana Niña  Pequeña comienza Primaria.

 

jueves, 6 de septiembre de 2012

Hoy, las notas.

Hoy, día de entrega de notas.

- ¡Toma! Soy un crac. Sólo me han quedado cinco -dice el alumno de la clase del fondo del pasillo, palmeando, choca esos cinco, la mano de su compinche.

- No estoy de acuerdo con esta nota, profe -me dice otro, señalando orgulloso su boletín, la barbilla levantada de manera ofensiva-. Me merezco, por lo menos, un dos.

- No pienso consentir que mi hijo repita -argumenta una madre, ondeando las notas de su  hijo, obligado a no pasar de curso por el imperdonable pecado (el de los profesores) de haber suspendido ocho asignaturas de las diez del curso.

- Pero..., pero... ¿Cuándo habéis dado las notas, profe? -me pregunta estupefacto un alumno.

 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Al final, las obras quedan...

Vuelo de mariposas en el estómago. ¿O eran pececillos persiguiéndose?

Ha comenzado el curso. Hoy en sus caras no había especial emoción en el reparto de los exámenes de recuperación y para el alumno del fondo, a la derecha, no parecía haber pasado el tiempo:

- Que sí, que sí, profe, que ya me marcho -dice, hinchando sus adolescentes pectorales, orgulloso del gimnasio y los músculos logrados, y de su incapacidad para escribir correctamente su nombre sin faltas de ortografía. Entrega las hojas en blanco, cierra el estuche vacío y se pierde por el pasillo.