lunes, 30 de julio de 2012

¿Por qué un ereader? (1)

Él me regaló hace unos días un ereader... Quizá como premio por haber superado todos mis exámenes, a las puertas de terminar los estudios. O porque sabía que trasteaba por la Red buscando información. 

O, seguramente, por ser como es:

- Te lo has ganado, Negre, sin más.

 Disfrutando entonces de una nueva forma de leer. Cuando acabe el verano contaré mi experiencia de e-lectora; mientras tanto, podéis dar unos bocados al tema aquí.

 

jueves, 26 de julio de 2012

En un cuerpo a cuerpo, ¿quién vence?

Sé a ciencia cierta que siente lo mismo que yo por ella. Lo he notado en su postura, en el ligero arqueo de su pequeño cuello mientras caminaba decidida hacia el otro lado de la plaza, clavándome el filo de sus pupilas claras, marcando el paso entre la arena fina con las sandalias de tiras descubiertas. Tiene el aire de su madre y ha heredado de ella no sólo su perfil redondeado, sino también una incipiente tendencia a usar una talla más de la que debería para su edad; sin duda, también el aire decidido que impone la corpulencia, como ella.

- Ven, vamos -ha dicho a Niña Pequeña, cogiéndole firmemente por el codo, dirigiendo ya el giro de su cuerpo hacia el arenero del parque. Ella se deja hacer poco convencida, pero sin mayor alternativa cerca. 

La miro, buscando su mirada azulada, sabiendo de antemano que los labios infantiles se transformarán en un instante en una línea fina y decidida, midiendo las distancias y calculando cuál será nuestro próximo movimiento. La presa, Niña Pequeña: o el arenero o el banco con su madre, pobre opción pudiendo jugar con cacharritos, ese amago infantil de cocina con piedras y barro. Me quedo inmóvil, pero decidida, en mi asiento, agarrando mi último regalo -un libro digital- como si en ello me fuera toda autoridad; sostengo su mirada de cinco años bajo la atenta -y retorcida- vigilancia de su madre...



 

lunes, 23 de julio de 2012

Carta a Maruja (23) en Negrevernétika.

Aquí mi vecina Maruja, que tiene un problema, una cosa seria que sé que a la mujer le preocupa y ha compartido en una infatigable noche ayer. Pincha aquí si quieres saber qué le pasa...

 

sábado, 21 de julio de 2012

La cigüeña y las fiestas patronales.



Llegaban estas fechas y con ellas las fiestas. Papá siempre dijo que eran las falsas, las creadas para los veraneantes, porque antes dónde se había visto que el apóstol Santiago fuera el patrón del pueblo, que las de verdad, aunque pocos lo sabían -sólo los genuinos, los oriundos del lugar tras sangres de generaciones-, eran en febrero. Claro que a ver quién llevaba al niño a montar en los caballitos en el febrero de antes, que no en el de ahora, en el que las cigüeñas ni habían llegado a remozar el nido del año anterior y se veía en la torre de la iglesia la rueda desnuda de su base... Ahora es que la cigüeña ya es de aquí, también de sangres de generaciones.


Eso, que llegaban estas fechas y eran en la adolescencia -la mía no muy incómoda para los otros, creo: apenas algo autodestructiva y pesimista- la llamada a la libertad. Una falsa libertad, claro, porque esa sólo se logra cuando el dinero del bolsillo del pantalón es propio y no ajeno, pero esa es una ilusión -"sí, ya ve, se lo va a pagar de su hucha, ¿sabe?", como si la hucha esa y su contenido no vinieran, en el fondo, del bolsillo paterno. 

La libertad comenzaba cuando, por fin, papá -que no mamá, a la que nunca le importaron mucho mis entradas ni salidas- permitía ir al recinto ferial, por supuesto bajo la promesa, incumplida siempre a lo largo de una semana intensa, de volver a casa acompañada por un chico del grupo. Evidentemente, ninguno se avenía a doblegarse a los deseos de papá, cuya autoridad se veía limitada, aunque él nunca fue consciente, a la frontera invisible de los metros cuadrados del salón de casa. No tengo muy claro si la libertad esta procedía, pues, del dinero del bolsillo -cuidadosamente invertido, porque debía durar toda la espléndida semana con sus siete días, mañanas, tardes y noches- o de poder volver sola a casa. 

Lo que hoy es aceras y luminosidades y un camino que se puede hacer en diez minutos, se me antojaba por aquel entonces, en mis espléndidos y deprimentes quince años, un camino de oscuridades y movimientos sin cortapisas, que comenzaba con la larga espera a la pandilla en la plaza y terminaba, a una hora más o menos prudencial, con la vuelta al hogar. Vuelta que se hacía, por supuesto, sin las farolas de ahora, sorteando coches y charcos de barro y esperando el gran momento de la última noche, los fuegos artificiales y el chocolate con churros de madrugada, expresión culmen de esos siete días libres.

Hoy, no sé si porque la cigüeña se mantiene desde hace años en la torre de la iglesia, sin moverse, o porque el dinero es mío -y por lo tanto, la libertad, muy controlada-, o porque ya se ha perdido el misterio de las calles oscuras y el ir cada vez más despacio para paladear el poder llegar tarde a casa, que de la feria, lo único que me interesa es que se acabe pronto y todo vuelva a su normalidad silenciosa.

 

jueves, 19 de julio de 2012

El Dinotren.

Mamá.

- ¿Hum? -pregunto, mientras termino de secarla después de la ducha. Los restos del parque se han ido por el desagüe.

- ¡Cuidado con mis alas! -dice Niña Pequeña, estirando sus brazos a la altura de sus hombros. 

- Perdón... -digo, cansinamente. Recuerdo que no pestañea por las tardes mientras merienda y ve los dibujos de la familia Teranodonte.

- Tú también tienes alas, mamá, lo que pasa que todavía no sabes volar -afirma seriamente, cogiéndome de un brazo para que pueda admirar mis, parece, recién estrenadas alas.


 

martes, 17 de julio de 2012

Carta a Maruja (22) en Negrevernétika.

Aprovechando el tiempo libre, ya de vacaciones, he decidido seguir los consejos de mi vecina Maruja sobre el orden en el hogar. Lee aquí lo que he hecho.

 

lunes, 16 de julio de 2012

Cosas del jamón y la mortadela.

No, no he comprado salchichón. Ni queso. Ni mortadela -decía mi madre.

- ¿Por qué? -preguntaba yo, cada semana.

- Porque te lo comes -respondía ella.

Así de claro, sin más opción que la de asumir que mamá intentaba rozar el borde del vestido de Bernarda Alba, aunque, ni en la superficie ni en el fondo se le parecía -más mala, más universal la viuda-, sino sólo mala baba.

- No lo compro porque aquí no dura nada ni una semana, así que no. Te aguantas. -decía ella, mientras papá informaba que, cuando él era joven, las meriendas eran chocolate y pan duro de ese del que se te caen los dientes, y la naranja, para Reyes. Ni qué decir tiene que no servía de nada recordar que yo no había vivido la postguerra en Madrid; vamos: que anda que no quedaban años aún para que yo naciera. Y qué culpa tenía yo, me preguntaba, para que el chocolate de entonces no fuera como el de ahora y se te cayeran los dientes.

Me venían las palabras de mi madre (porque no, y punto: como te lo comes, no lo compro para la merienda, que aquí no dura nada) mientras colocaba esta mañana la nevera; el embutido de la merienda de Niña Pequeña en sus tupper de colores, el redondo para la mortadela de aceitunas, vaya, que le gusta... ¿Qué pretendería mamá con sus sabias palabras al negarse a comprarme el jamón de york o el chorizo de-toda-la-vida? ¿Qué oscuras enseñanzas esconderían su categórica frase? Porque me consta que ella lo del pan y chocolate esos de los dientes, no. ¿Por qué pretendería ella que la mortadela, por ejemplo, durara en casa, dos niños pequeños, más de una semana? 

Más de treinta años después sigo preguntándomelo.

- Mamá -llama Niña Pequeña.

- ¿Hum?

- ¿Hay bocata esta tarde de merienda? -dice su voz, desde las profundidades de su cuarto.

- Claro, que para eso esta mañana compramos el embutido.

 

jueves, 12 de julio de 2012

La zona azul y yo.

Mañana de recados. Cívicamente, aparco en zona azul y corro a sacar el tíquet al chismito de la esquina. Distancia: 50 metros. Dificultad: media (hay un cruce con paso de peatones en la esquina, por supuesto, con poca visibilidad). La prueba: 
Diviso en la lejanía de los cincuenta metros que nos separa a la amable señorita encargada de controlar los papelitos de la zona azul. Contemplo con horror que me mira, al mismo tiempo que empieza a tomar los datos de la matrícula de mi coche. Se mantiene la distancia de los cincuenta metros, pero sube la dificultad, con viento en contra. Negre (yo) coge a Niña Pequeña, cruza el paso de peatones y entona un rítmico sonido onomatopéyico.

- ¡Eh! ¿Pero no ve que estoy ahí enfrente sacando el tíquet?

- Claro, pero no lo tiene en el interior del vehículo.

- Claro, porque el papelito dichoso no sale solo. 

Me mira de medio lado con sonrisa aviesa. 

- Y, por cierto, el coche del final de la calle tiene un tíquet de estacionamiento de hace seis días -le informo-. ¿A ese no le multa? Igual es que es el suyo.

Me mira de nuevo, esta vez de soslayo, y sale andando en dirección contraria.

No miento. Cojo a Niña Pequeña de la mano. Distancia: 100 metros. Dificultad: muy baja (todo acera). Foto al coche con tíquet atrasado:



Compare, estimado lector, la diferencia entre ambos tíquets. Yo, por si acaso, he guardado el mío. No hay nada como la zona azul para motivar al populacho a hacer deporte e ir andando a todos lados...

Qué políticos españoles. Qué país...
 
 

martes, 10 de julio de 2012

Marine y todo por la patria.

Llegaron antes: lupus, homini y esas cosas. Niña Pequeña ataca por el flanco, intentando hacerse un hueco en la selva que es el tobogán y la casita de cuerdas. Un enjambre de niños, más o menos vigilados por sus padres (allá, en los laterales, donde el torero espera y estudia la salida del quinto y último de esta tarde).

Esto de los parques infantiles tiene más de táctica de marines que de hay que compartir, cariño.

Supervivencia y prueba de resistencia: uno de los infantes se ha hecho fuerte en el entramado de cuerdas de psicomotricidad, apoyado de cerca por un sargento raso con vestido de HelloKitty.  Niña Pequeña aprovecha un descuido del que parece llevar la voz cantante (cariñooo, ven a por la merienda) para poner un pie en el primer escalón del tobogán. La nueva llamada del cuartel general (cariñooo, ven, toma, ven), humillante por otra parte en su entre líneas de cari-venven, permite la jugada maestra y un quiebro: de un salto se coloca en la línea de salida del tobogán. Una pie, la plaza tomada.

Cari, resignado, no tiene más opción que reconocer su derrota y acudir al cuartel general, quizá con la vana esperanza de recibir dentro del bocadillo, entre pan y pan, nuevas órdenes...

lunes, 9 de julio de 2012

Cereales de chocolate y leche.

Estoy desayunando leche y cereales, y es posible que no haya nada para desayunar tan aburrido e insulso como los cereales, hidrogenados, desecados, omegados, y, por supuesto, integrales, y todo en conjunto debe de dar mucha fuerza y vitalidad, a juzgar por la carátula acartonada de este muñeco y las saltarinas gotas pintadas de leche. 

Desayuno leche y cereales porque es lo suyo, ¿no?, rápido y energético, dicen, de chocolate -aunque a Él le gustan sin más, de esos lisos o ribeteados de miel y con trozos de frutas-. Yo creo, en serio, que desayuno leche y cereales porque es más rápido y porque me aburre este tiempo del desayuno, a medias entre el reposar en los sueños y el estirar la pereza de tener que empezar el día... Me resisto a quitar el mantel de frutas que nos regaló Tíarosa porque supondrá retirar también la vitaminada caja de cereales, ordenar lo que esta noche ya tendrá su propia entropía, sacar el coche, comenzar...

Buenos días.

 

viernes, 6 de julio de 2012

Tarde de parque, tarde de Flickr.

Ayer por la tarde, jugando con mi teléfono nuevo... Niña Pequeña en el parque, tras poner nombre a los juguetes: la Casa Musical, la Casa Escalera, la Casa Castillo.


Inaugurando después Negrevernis en Flickr.
 

miércoles, 4 de julio de 2012

¿Cuánto dura un sueño?

No es el descanso del guerrero, sino la forma de no guerrear, al menos por la noche. Una selva de muñecas y peluches variados rodean a Niña Pequeña minutos antes de despertarse. 

Quien dijo que los niños descansan por la noche inventó la sentencia porque, evidentemente, no tenía hijos pequeños de esos cuyas llamadas nocturnas rebotan de pared a pared o que desean de madrugada el agua que no se bebieron -y mira que se lo dije- durante el día. Claramente Niña Pequeña ha batallado con la sábana azul que le regaló TíaRosa, dado el grado extremo de arrugas que presenta, recolocó en algún momento entre las cuatro y las cinco de la mañana todos sus muñecos -imagino que porque eran o ella o ellos: no puede haber sitio para tanta gente en una cama-, tiró su peluche favorito por la borda de la barrera quitamiedos, víctima de una terrorífica pesadilla y algunos embates imprevistos.

Se arquea elásticamente. Extiende todos sus dedos como un gato perezoso.

- Mamá.

-¿Hum?

- Me despiertas tan pronto que no me das tiempo a terminar mis sueños.

Pues empezamos bien.