domingo, 31 de julio de 2011

Vacío doloroso.

Ha desaparecido uno de los columpios de mi comunidad vecinal, el de la derecha, el del asiento rojo, ese que, casualmente, estaba ya cedido el verano pasado. Ha sido derrotado, y su ausencia duele como la extremidad amputada que ya no está, pero sigue haciendo daño... Su hueco está ahí, presente, en un vacío casi existencial y ha dejado abandonada a su pareja bajo la pequeña viga de madera. ¿Y para qué puede servir un columpio que ahora está solo? Un columpio impar se me figura inacabado y poco útil, tal vez objetivo de una larga fila de niños lloriqueantes en espera o de madres defensoras a ultranza y por encima de todo del derecho solemne de su retoño -único, especial, futura figura futbolística del país, tal vez- a retozar en el asiento único y rojizo del parque infantil. El columpio ha dejado un hueco que es como una balconada desde la que se ve, cerca, un esqueleto al fondo de otro par que se perdió hace dos años...

- Mamá -llama Niña Pequeña-, ¿para qué quiero un parque que no es parque?
- Hum.

sábado, 30 de julio de 2011

Charmed

En una hora intempestiva y en un canal secundario de mi televisor he descubierto la reposición de una de mis series favoritas. No es intimista, ni personal ni invita a la reflexión; posiblemente tampoco son capítulos memorables, pero cada una de sus temporadas tiene el no-se-qué simplista de la lucha de siempre, esa del Bien contra el Mal. Vamos, que entretiene:



viernes, 29 de julio de 2011

Una ampolla.

Me acordaba de mi amiga Laura, cuando viví con ella. Cuando preparaba ella la comida se preparaba como para entrar en lucha con la sartén y se me parecía a mí hidalgo con lanza en astillero y adarga antigua, pues se envolvía mano y muñeca izquierdas con un trapo, mientras con la derecha levantaba la tapa de la sartén para remover lo que allí salpicara o humeara en aceite caliente. Siempre me decía: Negre, que no quiero quemarme.

Me acordaba de mi amiga Laura ayer cuando en buena lid me enfrentaba con la sartén y media docena de chisporroteantes muslos de pollo, tostaditos casi y presumiblemente crujientes, ajo, perejil, punto de sal y salsa de tomate casi lista en el fuego superior. Mamáaaa, gritaba Niña Pequeña desde el salón, ¿cuándo comemos?, a falta de media hora calculada para calmar estómagos. La tendencia del aceite caliente, tal vez cansado ya de trajinar con el muslo enharinado, fue escupir, salpicar, arremeter, agredir a la epidermis de uno de mis dedos, poco acostumbrados a la cocina y sus labores -de Él. Sabía yo del uso natural de cataplasmas de zanahoria, aceite de lavanda, del árbol del té, de aloe vera, de pasta de harina de maíz y miel, hielo puro y duro, para evitar la infección y el dolor de la ampolla que, presumiblemente, acabaría por elevarse en el dorso de mi dedo anular derecho... Agua fría del grifo y Niña Pequeña, no pasa nada, ¿ves como no hay que estar por la cocina?, preocupada ella por la ¿una pupa, mamá?, incipiente.


jueves, 28 de julio de 2011

Los columpios no funcionan.

Niña Pequeña no quiere columpiarse porque no hay otros niños en el parque infantil que la acompañen en la empresa. No sé cuál es el oscuro mecanismo que impide poder jugar solo...

Asoma por la esquina una madre; la conozco: vive por el barrio. Rizos rubios oxigenados, gruesos labios de carmín rosáceo, estatura baja. Una niña que se parece a ella, pero morena -aventuro yo que herencia de su padre- trota delante de ella, mientras que la mujer pasa de largo delante del primer banco y se acerca decidida hacia mí. Me temo que querrá conversación, pero yo sé ya que no tengo nada que decir, mientras señalo con el dedo la página de mi lectura. Me saluda amable -no insistas, no hablaré de nada más contigo- mientras su hija le pide a Niña Pequeña el cubito rojo de Hello Kitty. Niña Pequeña sale disparada hacia el columpio, tal vez impulsada por ese resorte infantil que le hace tener la premonición de que ya sí -esta vez sí- el columpio funcionará porque ya son dos en el parque; trepa por las cuerdas, apuntala las rodillas en el asiento, hace fuerza con los brazos y logra sentarse, mientras la otra -rubios rizos saltando como muelles sobre sus hombros- acompaña a la pequeña al otro asiento.

- Vamos, amooooor, que la niña es mayor y sabe subiiiiiiiir solaaaaaa -dice, con esa voz melosa de quien se sabe en posesión de un retoño único y especial.

Vuelvo a mi lectura, exactamente donde la dejé. Miro de reojo para comprobar que Niña Pequeña sigue intacta y no ha dado una vuelta doble de campana en el columpio. Llega el padre de la otra niña, incipiente barriga, pero pelo negro como yo aventuraba. La mujer muda su cara al verlo acercarse, seguro, hacia la barrera multicolor del límite del parque; se aparta del columpio, da la vuelta y abandona a la niña para sentarse en el primer banco que ignoró al principio, parapetándose tras la sillita de la hija. Ya no sonríe, ya no saluda. Unas gafas oscuras y gruesas contra el sol, de esas que intentar disimular un llanto, pero lo hacen más evidente, han aparecido de algún bolso que no veo. El hombre atiende solícito a la hija, mientras Niña Pequeña intenta sacar su columpio de sus goznes, tal es la velocidad alcanzada en el impulso.

Dejo pasar el tiempo y logro leer seguida, sin interrupciones, una hoja más de mi libro. A la hora en punto recojo los trastos -hay que ver cuántas cosas se deben traer a un parque. Niña Pequeña se despide de su compañera.

- Adiós -le digo a la rubia oxigenada.
- Adiós -responde ella, tal vez esperando que pase el tiempo asignado para que el hombre le devuelva a su hija.

miércoles, 27 de julio de 2011

Cuidado con los padres: niño cerca.

Un parque infantil es un ecosistema en el que todos los seres vivos allí presentes cumplen un papel perfectamente orquestado, desde la pobre hormiga que morirá pisoteada por un niño pequeño -mientras mamá le riñe en voz queda desde el banco más cercano: ¡niñooooo, deeeeja las hormiiigas, que no te han hecho nada!- hasta el abuelo solícito que mantiene un monólogo con su nieto de meses -venga, venga, Víiiictor, vaaaaamos al columpio, ¿eh?.

Al fondo, una niña rubia con flequillo y gafas de pasta berrea a su madre, posicionada estratégicamente en la sombra más próxima, flequillo rubio, gafas de metal:

- ¡Mamáaa! Miraaaaa, miraaaaa, mira cómo me tiro.... -chilla, mientras su madre continúa parloteando con su amiga. Compararán, seguro a las hijas de ambos: pues la mía ya está alta, ¿eh?, ya casi como la tuya, fíjate, el percentil... Mi amiga Pilar suele comentar que aborrece los corrillos, ya que, si de adultos no nos comparamos, ¿por qué hacerlo con los niños? Digo yo que porque madres, padres, tíos y abuelos en general conciben a sus retoños como una prolongación de sus propias frustraciones, el anhelo esperanzado de que ellos lograrán no el suyo propio, sino el de las tres generaciones anteriores. El milagro de la raza.

Niña Pequeña ha dejado el columpio. Alberto galopa a ocupar el espacio golosamente vacío, mientras una cola de niños llorosos y madres atentas al primer descuido lloriquean para parecer más débiles, como si la ley de la selva no imperara entre toboganes y casitas.... Un niño se tira por quinta vez en la arena, tras dejarse caer del balancín, a ver si mamá deja de charlar y se da cuenta del mucho daño que me hago...

Me detengo a fijarme en los padres que me rodean, orgullosos cada uno de ellos de tener un niño único, magistral, tal vez un matemático en potencia -si es investigador se irá al extranjero, porque aquí, pocas posibilidades... Una abuela traza su hiperbólica protección sobre su niña, mientras sube solita al tobogán más alto de la zona; reclama la señora su derecho a decidir sobre esta casi sangre de su sangre, en su época los niños se criaban en la calle, merendaban pan y chocolate duro, cuidaban a su edad a sus hermanos más pequeños

A mi lado, dos palomas de azul metálico se persiguen y picotean de forma vertiginosa en lucha por un resto de patata caída.

- Mamá -dice Niña Pequeña, mientras trota hacia mi posición; dejo mi libro-. Mamá, tengo sed. Cuídame la muñeca.

Qué poco me gustan estos parques...

lunes, 25 de julio de 2011

Compartiendo Pérez Reverte.

Eladio, del blog Una odisea escolar, me pasa a través de Facebook el último artículo escrito por el genial Arturo Pérez Reverte en su web oficial, dedicado a una antigua profesora de Historia del Arte. A mi juicio, todo lo que este escritor no tiene desperdicio, así que comparto con vosotros el enlace, pinchando aquí.

Alma blanda con mermelada.

Decido desayunar distinto, por una vez. Busco la tostadora en el armario del fondo de la cocina, estante superior, tras el escurridor naranja de los macarrones y el rodillo de los bizcochos. Pan de molde de color blanco lustroso y doble de ancho. Mantequilla ablandada y mermelada de fresa, en bote pequeño.

No hay nada que me guste más que untar de mantequilla una tostada bien caliente: el cuchillo acaricia la grasa, rompiéndola en escamas blandas que se amontonan sobre la hoja, los surcos diminutos de mi cuchillo marcados como un arado en el campo. La pericia de mantenerlas en el aire un segundo y deslizarse por la oscura cara de la tostada, apenas rozando su piel requemada para mantener la capa inmaculada de mantequilla blanca. Dejar otro segundo que desaparezca entre la miga y el calor. Adivinar el sabor dulce escondido en el alma de la tostada y dudar si poner otra segunda capa de roja y sangrante mermelada de fresa...

domingo, 24 de julio de 2011

De familia y otros males (1)

En general no me gustan las reuniones familiares, salvo aquellas que aúnan varios condicionantes puntuales: organizadas por mí, en un contexto temporal- familiar breve y protagonizadas por mi reducidísimo puñado de primos (que no viven aquí y quizá por ello, en las puntuales ocasiones en las que nos juntamos, suelen salir bien estas cosas), acompañados o no por su más o menos extensa prole. Todo lo demás me parece un baile caduco de sonrisas forzadas y disimulos variopintos, como un teatro vacío de significado y exceso de significante, donde cada miembro de la familia ejerce su papel.

En estas reuniones familiares yo suelo contar mentalmente las horas y minutos que me faltan para salir de un espectáculo que nunca me interesó y en el que, por motivos tribales, me veo inmersa de vez en cuando. Procuro, así, ladear la cabeza y asentir estoicamente cuando el abuelo o la abuela de turno me presenta su retahíla de consejos sobre cómo debo educar y qué es lo mejor para Niña Pequeña, sin recordar que en una prueba de paternidad los genes mayoritarios serían los de sus padres, que a más inri, poseen su guarda y custodia legal y, por lo tanto, son los que deciden por ella hasta su mayoría de edad. Este suele ser un aspecto que los patriarcas y matriarcas del clan suelen olvidar, considerándose con el supremo derecho de poder decidir sobre la palabra, vida y obra, de los más pequeños. Y suele ser, por tanto, el aspecto que más nos hace a Él y a mí renegar cada vez más de los encuentros familiares.

sábado, 23 de julio de 2011

Ha nacido.


Tengo el placer de comunicar a los lectores que ayer, a las 16:00 vio la luz el primer bizcocho que hago en cuatro años, tras una ardua labor de conquista y dominio de la cocina por mi parte.

No veo el momento de hacer partícipe de este hecho a mi vecina; mi cotización hogareña subirá varios puntos, además, cuando se sepa que no tenía levadura pero, aún así, logré que el dulce en cuestión saliera suficientemente esponjoso como para merecer la aprobación del paladar más exigente de mi casa, el de Niña Pequeña.

viernes, 22 de julio de 2011

Rabos de pasas.

Él siempre se sorprende al descubrir que nunca recuerdo las películas vistas, ni el capítulo de la serie policíaca de ayer, ni siquiera el nombre de algún actor famoso. Él, que sabe de memoria los diálogos de El Señor de los Anillos -casi su preferida-, conoce el final de las películas ya vistas hace años con sólo mirar las dos o tres primeras escenas o que es capaz de relacionar una docena de actores y actrices con sus últimos trabajos.

- Negre, con todo lo que te has metido en la cabeza al estudiar, ¿y no recuerdas ni el título de este capítulo repetido de ayer? -me suele comentar, sorprendido.

- Será por eso: que ya no me cabe más en el cerebro -le respondo siempre.

Pero no ser capaz de retener más de dos escenas de una película de un día para otro tiene, pienso yo, sus ventajas: es como empezar siempre de nuevo, dar una enésima oportunidad de los personajes y creer, una vez más y aunque parezca imposible, que las cosas pueden salir bien en esa historia televisada.

Eso sí, mi madre me diría, con esa sabiduría femenina que se transmite de generación en generación: rabos de pasas para la memoria...

miércoles, 20 de julio de 2011

De coletas va la historia...

Mamá -dice Niña Pequeña, mientras aprieta mi mano con sus dedos todopoderosos...

- ¿Hum? Ten cuidado, no salgas de la acera, que vienen coches -contesto, mientras intento llegar sana y salva de la carnicería con ella, la bolsa, el bolso y la chaquetita de por si acaso en equilibrio.

- Mamá, algunos me miran y me dicen cosas por la calle -dice, mientras hace una sonrisa de medio lado y le brillan los ojos como a Él cuando está tramando algo. Pronto empezamos con estos comentarios, me digo...

-¿Sí? -contesto; es cierto: le han regalado un dulce en la tienda y una pareja de más que pasada edad ha hecho un comentario agradable al verla pasar.

- Sí. Y es porque hoy llevo coleta y estoy muy guapa -afirma, rotunda, mientras se toca el recogido con una mano.


martes, 19 de julio de 2011

El laurel es signo de victoria.

Hace unos días una camiseta de Niña Pequeña salió mal de la lavadora. De haberlo sabido, seguro que mi vecina, la del piso de arriba, hubiera sonreído para sí, ella que es tan hacendosa y yo tan poco práctica para el hogar... La camiseta en cuestión -blanca, naranja, de dos telas y estampada en flores- apareció teñida de suave azul, fruto de una lucha interna en el tambor del electrodoméstico con otra prenda. Y ante algo así no cabe pensar más cosa que una camiseta teñida es como una batalla perdida en el mundo de la cotidianeidad, un fracaso hogareño; no sabemos qué ocurre en el interior de una lavadora, qué batallas se libran en su seno, qué será de nuestra ropa -de nosotros, de nuestra imagen- hasta el momento mismo en que ya está por fin tendida -sana y salva- de sus pinzas de colores.

Mi vecina, la del piso de arriba, tan hacendosa ella, seguro que conoce varias formas de arreglar semejante desaguisado. Yo no, porque no nací para cuidar la casa, ni saber de trucos secretos para mejorar el karma de las esquinas del salón, ni para conocer cuántos tipos de cuchillos de partir el pan hay por el mundo. No. Como no le digo a ella, que es tan hacendosa, mis padres optaron por dejarme estudiar sin perder un minuto, relegar mis tareas hogareñas a estirar las sábanas de la cama y poco más. Soy una superviviente en el mundo hostil que es mi cocina -sobre todo cuando no está Él.

Recordando los sabios consejos de uno de mis alumnos, abrí el portátil -a grandes males, grandes remedios-; allá, en la Red, encontré la druídica combinación de hervir laurel, poner a remojo una noche y volver a lavar como ritual mágico que podría resolver el equilibrio existencial entre los colores de la camiseta, el tambor de mi lavadora y mi propia insatisfacción personal.

Los resultados han sido tan buenos que los he publicado en Facebook, donde no sé si está mi vecina, la del piso de arriba -tan hacendosa ella.

lunes, 18 de julio de 2011

Esta es Niña Pequeña.


Le pedí a Niña Pequeña un dibujo sobre ella misma. He aquí el resultado, titulado por ella como la Niña Corazón.

viernes, 15 de julio de 2011

Negrevernétika.

Tal vez sea que tengo más tiempo.
Hoy me decidí por el orden -no por el del armario, Cruzada casi imposible- de mis sitios en la red. El trasteo ha dado resultado. Os dejo el enlace de un nuevo sitio, pinchado aquí; no es definitivo, pero sí ha sido entretenido maquillarlo -más palabras, más miradas, para aquellos que me leen.

jueves, 14 de julio de 2011

Ya no hay helados de tres bolas.

Hoy iba camino de la estación, para encontrarme con Él: de forma excepcional, estaba yo cerca del barrio, la tarde no fue excesivamente calurosa, Niña Pequeña estaba entretenida con sus abuelos.

Creo que crucé otra vez el semáforo que más veces me ha visto pasar en mi vida, doblé la esquina, busqué la sombra. Vi, con un hilo de respiración, el cartel rojo y blanco en grandes letras mayúsculas: "Se Alquila", pegado en el frente acristalado de la heladería de toda la vida, donde trabajaron mis amigos adolescentes, donde nos agazapábamos mis amigas y yo para ver pasar a los chicos de los que nos enamorábamos súbitamente. En su esquina, la tienda que antes fue una inmobiliaria, después de ropa, más tarde panadería, hoy de dulces y caramelos infantiles.

Pasé por delante de la frutería; su regente continuaba en pie, sé que aguantando el tirón después de la pérdida irreparable de su compañera de toda la vida. Un puñado de cerezas -las últimas, negras, ácidas- y un breve saludo: mucha fue la verdura que compré allí para los purés iniciales de Niña Pequeña. La entrada del centro comercial -que antes fue un solar eterno donde hubo previamente una escuela femenina- se codeaba ahora con una peluquería de poco estilo y el espacio de Loterías; el largo escalón en el que esperábamos a la pandilla tras la vuelta de los campamentos se convirtió en un amago de breve pendiente que no invita ya a sentarse.

Crucé el puente, el río todavía manchado de verdín y un pato en sus aguas -pato Terminator, pato tanque, pato radiactivo adaptado a un medio hostil y contaminado-; el Banco del otro lado se reconvierte ahora en una nueva entidad financiera, pero mantiene su logotipo en verdes claros y oscuros. Cerró también la floristería, la tienda del todo a cien, la cafetería, la segunda inmobiliaria y aguanta como puede la consulta del dentista. Joaquín sigue, dos pasos más allá y Niña Pequeña hoy tuvo su primera visita.

Llegué a mi objetivo; la estación de tren sigue en pie -la nueva, no la antigua, en cuya esquina, aguantando una puerta herrumbrosa, esperé cada mañana a mi amiga para ir a la Facultad-, pero no el quiosco de prensa y revistas, que se transformó, no sé cuándo, en una heladería. Me recordó -ella, los clientes- a una comida rápida de tiempo estival: bofetada de calor curada a golpe de vainilla y stracciatella. Él no estaba aún en el andén, su tren a nueve minutos.


miércoles, 13 de julio de 2011

¿Conoces a Alguien?

Alguien es una persona importante y cotidiana, incorpórea, próxima, habitual.

Alguien habla de mí en el trabajo, pero Alguien me lo cuenta en un paseo informal para que yo sepa a qué atenerme con Alguien. Alguien, después, llegará a mi portal y buscará mi nombre en el buzón, dejando allí los sobres blancos y verdes que Alguien se preocupó de llenar de recibos no bien deseados. Alguien escribe los libros de recetas que Él no necesita leer cuando se afana en la cocina.

Alguien, silenciosamente, descubrió la combinación neperiana de mi contraseña en la red, mostrando su presencia invisible en forma de correos electrónicos no deseados. La carpeta amarilla a rebosar, mientras que Alguien me encuentra en las redes sociales, tras sugerir -por recomendación de Alguien- que tal vez quisiera ser amiga de tres usuarios.

Alguien está cerca de mí y Alguien me envía un mensaje a mi teléfono, que tintinea alegremente sobre la mesa, adivinando yo quién es. Alguien contesta a mi llamada de comida rápida y vendrá, Alguien, con el reparto de mi compra mensual de leche, yogures y galletas, puntualmente en los primeros días de la semana. Alguien, además, me reconocerá en el rostro ligeramente ovalado de Niña Pequeña y comentará que sus ojos castaños son similares a los míos, herencia de Alguien anterior a mí.

Mi vecino es Alguien no bien conocido por mí, pero sé que su nombre aparece en el visor, también, de su buzón. Alguien se marchó del piso de abajo, Alguien -delgado, joven- volvió para vivir de alquiler allí. Alguien es el padre y madre del bebé de la esquina que no llora por la noche, mientras que Alguien, tal vez, estará pensando en mí en este momento...

martes, 12 de julio de 2011

Perchas como sables.

Abrir el armario y descubrir su voracidad: no encuentro lo que busco.

Tal vez debería aprovechar este tiempo de vacaciones para domesticarlo y acostumbrarlo al orden -algunos lo llamarían obediencia...

jueves, 7 de julio de 2011

Metro: Ciudad Lineal- Argüelles.

Entro en una de las bocas de Metro de la línea verde, allá por la esquina del mapa. El calor en superficie roza los terrenos de Satán y aquí abajo al menos hay a veces un respiro cálido y bocanadas de aire concentrado. Hoy estreno libro, y lo abro con cuidado tras leer la dedicatoria del autor -a su madre, a su hija, a un nombre femenino que para él estará lleno de significado.

Me pongo en un asiento del fondo. Delante de mí una mujer en traje negro come ansiosa las migajas de un dulce de chocolate, de esos que dejan restos golosos en el papel, de esos que ella se entretiene ahora en recuperar rápidamente. De pie, a su lado, un hombre de mediana edad -cualquiera, pasados ya los treinta- mueve los labios y balancea la cabeza; sujeta con dos dedos de la mano derecha una leves gafas de metal y un periódico gratuito. Casi duerme de pie. Sentado al otro lado, un joven con barba mira por la ventana negra y rápida con aire ausente.

La mujer guarda los restos del papel, ya sin migajas. Un tufo a tupper y tortilla sale rápido hacia mi nariz cuando abre la bolsa de la comida, hasta que la cierra. Es roja, de cuero, del mismo color que su cinturón -sobre el negro del vestido- y el tono de las uñas. Pelo muy corto, teñido seguramente en brillos poco naturales. Frunce el ceño varias veces y se aprieta los ojos; parece triste, preocupada, pensativa: quizá tuvo un problema en el trabajo, los compañeros, su jefe de sección, su pareja, su amante, tal vez simplemente no quiera volver a casa para evitar seguir trabajando -la plancha, la cocina, el revoltijo de una cama solitaria.

El hombre junto a ella cabecea visiblemente, intenta mantenerse despierto. Quizá sea un tic de su cabeza. Disimula sujetando las gafas, se las cala en el puente de la nariz, abre el periódico por la segunda página con aire distraído y deja que pasen los minutos. El joven de aire ausente retiró la vista hace tiempo de la oscura ventana.

Retengo el libro por sus primeras páginas. Es de temática policíaca; no es mi favorita, pero promete entretenida, de esas que en la red se llaman refrescantes. Llega el final de la línea y mantengo el punto de lectura con el dedo índice, mientras cierro el libro. La mujer, el hombre y el joven se levantan casi a la vez, sin reconocerse. Saldremos a la calle juntos, los cuatro, sin nombre ni apellidos y tal vez caminaremos más lentos, igual, al pasar ante la puerta de una tienda de ropa y marca, dejándonos sorprender por una bocanada de aire gélido de temporada.


lunes, 4 de julio de 2011

Átropo. Alba.

Contaban los griegos que Nyx -la Noche, a la que incluso el mismo Zeus temía- tenía tres hijas encargadas del destino de los hombres: Cloto, Láquesis y Átropo, las tres Moiras. Por sus manos pasaban los hilos de la vida de los humanos, pues la primera lo hilaba, la segunda decidía su longitud y la última lo cortaba, provocando la muerte de la persona. En ocasiones el hilo era, además, dorado, de forma que su propietario terrenal sería excepcionalmente afortunado. Algunos dicen que esta imagen es la que el genial español Velázquez representó en el primer plano de su obra El hilo de Aracne o Las Hilanderas.

Ayer Átropo decidió cortar el dorado hilo de mi antigua alumna Alba. Y la incomprensión, el vacío y el necesario silencio de Dios son hoy los protagonistas.

viernes, 1 de julio de 2011

Chez Niña Pequeña.

Mamá -llama Niña Pequeña, vestida con un pequeño delantal rosa, regalado por mi vecina, La Que Yo Sé.

- ¿Hum? -contesto, separando la vista del ordenador que me permite estar conectada con el mundo irreal.

- Mamá, estás en un restaurante y tú pides -dice, mientras saca del bolsillo delantero un pequeño cuaderno y rebusca en la caja de pinturas un lápiz.

Miro a mi alrededor, buscando entender qué nueva fechoría ha estado preparando Niña Pequeña, auspiciada por Él. Mi salón ha sido invadido por una cocinita; la mesa baja se escondió en algún momento por un microondas rosado de juguete, y tres cajas de cachivaches -platos, vasos, cubertería fina de plástico de tamaños diminutos- han esparcido su contenido a lo largo y ancho del sofá...